Francisco Alonso o la
modernidad transversal en la zarzuela
Por desgracia, en la de ya por
sí menguada bibliografía musical patria, no es ni mucho menos habitual la
aparición de nuevos libros dedicados al teatro lírico español en sus diversas
vertientes y géneros, que se encuentran, en general, privados de estudios
serios y rigurosos, hechos al abrigo de la moderna musicología. Es por ello digno de celebrar con el mayor
alborozo y júbilo, más aún en estos tiempos de penurias, recortes y raquitismo
cultural impuesto, la aparición del presente volumen dedicado a la figura de
Francisco Alonso, uno de los puntales de la música escénica española del siglo
XX.
Publicado por el ICCMU
(Instituto Complutense de Ciencias Musicales), viene a continuar la edición de
estudios dedicados a las principales figuras de la música nacional, desde los
nombres históricos (Manuel García,
Martín y Soler, Barbieri o Chapí), pasando por el
reciente pasado (Julio Gómez o Argenta) y abarcando también el
período contemporáneo (Tomás Marco o Jesús Villa-Rojo). Con la
figura de Alonso, además, se abre la senda de un período fascinante del teatro
lírico, apenas estudiado, en el cual se dan cita influencias de lo más
heterogéneas, al mismo tiempo que confluyen acontecimientos históricos que
marcarán indeleblemente el devenir nacional, y el ser (aunque en puridad, y
tras la guerra civil, habría que hablar del “no-ser”) del género.
La encargada de llevar a cabo
esta fascinante y ardua tarea, ha sido la profesora de la Universidad de
Oviedo, Celsa Alonso (quien, a pesar del apellido, no guarda ninguna relación
con el compositor granadino), que ha realizado un exhaustivo trabajo de
investigación durante varios años, acudiendo a las fuentes, recapitulando
datos, y desmenuzando con detalle la
amplia producción del compositor. De fundamental ayuda en su labor ha sido la
colaboración de los hijos del maestro granadino, que guardan con veneración y
fidelidad los recuerdos materiales e inmateriales de su progenitor.
El caso de Francisco Alonso es
un magnífico ejemplo de compositor tocado por la gracia de la inspiración
melódica, donde se conjugaban de manera extraordinaria la calidez mediterránea,
la hondura y el “quejío” de raigambre mora y andaluza, y el brío efervescente
de los nuevos ritmos de ultramar. Su hechizo y su carisma sobre los públicos de
toda clase y condición hicieron época, y sus melodías pasaron a formar parte (y
en buena medida siguen formando parte) de la identidad colectiva, como bien afirma
la profesora Alonso a lo largo del libro. Músicas como “El Pichi”, “Los nardos”,
“La banderita”, el “pasacalle de los chisperos”, el “canto a Murcia”, el
“pasodoble de los quintos”, y tantos otros, se imbricaron de tal manera en la
consciencia colectiva, que acabaron por desgajarse de la obra que les dio
origen, y hasta de su propio creador, para pasar a convertirse en elementos de
una cotidianeidad nacional, vivida como esencia misma de lo popular e
intemporal.
Aún contando con esa ventaja,
no fue Francisco Alonso un compositor que se durmiera en los laureles y viviera
de las rentas. Muy al contrario, fue siempre un creador atento a las novedades
musicales, y concienzudo en el trabajo a fondo de sus partituras, a pesar de la
premura de tiempo con que se laboraba en aquella industria musical, puesto que
de una industria en toda regla se trataba. Era, como bien señala la profesora
Alonso, otra manera de entender la modernidad, que se podría denominar
transversal, es decir desde una posición no rompedora ni elitista, sin dar la espalda al público ni al éxito comercial, pero al
mismo tiempo conservando la propia identidad como creador y como hombre de su
tiempo. Quizás ese tirar por el camino de en medio, conjugando calidad y
triunfo popular, sin ensimismarse en un autismo de corto recorrido, pero sin
entregarse tampoco a la “vampirización” comercial, sea buena prueba de la
inteligencia artística y humana del maestro.
El libro está estructurado en
dieciocho capítulos, en donde se va recogiendo el recorrido vital y artístico
del compositor granadino. A decir verdad, la parte biográfica queda bastante
reducida, centrándose la autora en el análisis pormenorizado de la producción
alonsina. Quizás se echa en falta algo más de sustancia sobre el acontecer
personal del maestro, sobre su carácter, o sobre la huella que los
acontecimientos históricos que le tocó vivir ejercieron sobre su manera de ser
y comportarse. Esta faceta queda perfilada aceptablemente pero con cierta discreción.
Por contra, es en el análisis musical donde se centra el mayor interés de la
autora. El trabajo es pormenorizado, obra por obra, desde las más juveniles de
los años granadinos hasta los últimos estrenos, algunos de ellos póstumos. El
esfuerzo es ingente, puesto que la obra de Alonso es amplísima en cuanto a
títulos, y el maestro no dejó nunca de trabajar, incluso cuando las fuerzas y
la salud ya empezaban a menguar. Lógicamente, hay un mayor detenimiento en los
grandes títulos de la producción alonsina, pero no hay obra, por desconocida
que sea o porque se trate de una revisión o una refundición de un trabajo
precedente, que no merezca un comentario o algún somero apunte. Tal vez la
estructura similar de cada análisis (breve introducción a la obra, argumento y
comentarios musicales) puede resultar un poco repetitiva en una lectura
ininterrumpida del libro, pero sin duda es de extraordinario valor para consultas
puntuales de cada obra, que, en definitiva, viene a ser el fin último del
presente trabajo de la profesora Celsa Alonso. Asimismo, hay varios capítulos
dedicados a la labor de Francisco Alonso como compositor cinematográfico,
quizás una de sus parcelas menos divulgadas, y también se van esparciendo aquí
y allá, a lo largo del libro, numerosos testimonios sobre su labor dentro de la
Sociedad de Autores, en la cual fue durante su vida uno de sus miembros más
activos.
Anotar, por último, en el
escaso debe del excelente trabajo de Celsa Alonso, algunas erratas y errores
que dan la sensación de que el libro se ha cerrado con cierta prisa, siendo una
de las más flagrantes la atribución al maestro Manuel Penella de la
autoría del apropósito cómico-lirico en un acto Enseñanza Libre (p. 97),
que como es bien sabido cuenta con una estupenda partitura de Gerónimo
Giménez. O como cuando se confunde el nombre de la protagonista de La
del manojo de rosas, cambiando el auténtico Ascensión por Asunción (p.
416). Y en un terreno más divertido, cuando al comentar el éxito del “pasacalle
de los chisperos”, de La Calesera, se afirma que se trata de un “pasodoble
que se haría inmoral” (p. 216). Es de esperar que en sucesivas
ediciones, tales errores se vayan subsanando convenientemente.
Por el contrario, es de
agradecer que el documentado estudio incluya también un minucioso catálogo de
obras del compositor y un índice onomástico, siempre útil y provechoso a la
hora de facilitar la lectura y la consulta. En resumen, un trabajo
imprescindible a partir de ahora dentro de la bibliografía zarzuelística en
general, y fundamental para la valoración de una figura señera dentro del
género como es la de Francisco Alonso.