martes, 10 de febrero de 2015

Francisco Alonso o la modernidad transversal en la zarzuela


Por desgracia, en la de ya por sí menguada bibliografía musical patria, no es ni mucho menos habitual la aparición de nuevos libros dedicados al teatro lírico español en sus diversas vertientes y géneros, que se encuentran, en general, privados de estudios serios y rigurosos, hechos al abrigo de la moderna musicología.  Es por ello digno de celebrar con el mayor alborozo y júbilo, más aún en estos tiempos de penurias, recortes y raquitismo cultural impuesto, la aparición del presente volumen dedicado a la figura de Francisco Alonso, uno de los puntales de la música escénica española del siglo XX.

Publicado por el ICCMU (Instituto Complutense de Ciencias Musicales), viene a continuar la edición de estudios dedicados a las principales figuras de la música nacional, desde los nombres históricos (Manuel GarcíaMartín y Soler, Barbieri o Chapí), pasando por el reciente pasado (Julio Gómez o Argenta) y abarcando también el período contemporáneo (Tomás Marco o Jesús Villa-Rojo). Con la figura de Alonso, además, se abre la senda de un período fascinante del teatro lírico, apenas estudiado, en el cual se dan cita influencias de lo más heterogéneas, al mismo tiempo que confluyen acontecimientos históricos que marcarán indeleblemente el devenir nacional, y el ser (aunque en puridad, y tras la guerra civil, habría que hablar del “no-ser”) del género.


La encargada de llevar a cabo esta fascinante y ardua tarea, ha sido la profesora de la Universidad de Oviedo, Celsa Alonso (quien, a pesar del apellido, no guarda ninguna relación con el compositor granadino), que ha realizado un exhaustivo trabajo de investigación durante varios años, acudiendo a las fuentes, recapitulando datos,  y desmenuzando con detalle la amplia producción del compositor. De fundamental ayuda en su labor ha sido la colaboración de los hijos del maestro granadino, que guardan con veneración y fidelidad los recuerdos materiales e inmateriales de su progenitor.

El caso de Francisco Alonso es un magnífico ejemplo de compositor tocado por la gracia de la inspiración melódica, donde se conjugaban de manera extraordinaria la calidez mediterránea, la hondura y el “quejío” de raigambre mora y andaluza, y el brío efervescente de los nuevos ritmos de ultramar. Su hechizo y su carisma sobre los públicos de toda clase y condición hicieron época, y sus melodías pasaron a formar parte (y en buena medida siguen formando parte) de la identidad colectiva, como bien afirma la profesora Alonso a lo largo del libro. Músicas como “El Pichi”, “Los nardos”, “La banderita”, el “pasacalle de los chisperos”, el “canto a Murcia”, el “pasodoble de los quintos”, y tantos otros, se imbricaron de tal manera en la consciencia colectiva, que acabaron por desgajarse de la obra que les dio origen, y hasta de su propio creador, para pasar a convertirse en elementos de una cotidianeidad nacional, vivida como esencia misma de lo popular e intemporal.

Aún contando con esa ventaja, no fue Francisco Alonso un compositor que se durmiera en los laureles y viviera de las rentas. Muy al contrario, fue siempre un creador atento a las novedades musicales, y concienzudo en el trabajo a fondo de sus partituras, a pesar de la premura de tiempo con que se laboraba en aquella industria musical, puesto que de una industria en toda regla se trataba. Era, como bien señala la profesora Alonso, otra manera de entender la modernidad, que se podría denominar transversal, es decir desde una posición no rompedora ni elitista, sin dar la espalda al público ni al éxito comercial, pero al mismo tiempo conservando la propia identidad como creador y como hombre de su tiempo. Quizás ese tirar por el camino de en medio, conjugando calidad y triunfo popular, sin ensimismarse en un autismo de corto recorrido, pero sin entregarse tampoco a la “vampirización” comercial, sea buena prueba de la inteligencia artística y humana del maestro.


El libro está estructurado en dieciocho capítulos, en donde se va recogiendo el recorrido vital y artístico del compositor granadino. A decir verdad, la parte biográfica queda bastante reducida, centrándose la autora en el análisis pormenorizado de la producción alonsina. Quizás se echa en falta algo más de sustancia sobre el acontecer personal del maestro, sobre su carácter, o sobre la huella que los acontecimientos históricos que le tocó vivir ejercieron sobre su manera de ser y comportarse. Esta faceta queda perfilada aceptablemente pero con cierta discreción. Por contra, es en el análisis musical donde se centra el mayor interés de la autora. El trabajo es pormenorizado, obra por obra, desde las más juveniles de los años granadinos hasta los últimos estrenos, algunos de ellos póstumos. El esfuerzo es ingente, puesto que la obra de Alonso es amplísima en cuanto a títulos, y el maestro no dejó nunca de trabajar, incluso cuando las fuerzas y la salud ya empezaban a menguar. Lógicamente, hay un mayor detenimiento en los grandes títulos de la producción alonsina, pero no hay obra, por desconocida que sea o porque se trate de una revisión o una refundición de un trabajo precedente, que no merezca un comentario o algún somero apunte. Tal vez la estructura similar de cada análisis (breve introducción a la obra, argumento y comentarios musicales) puede resultar un poco repetitiva en una lectura ininterrumpida del libro, pero sin duda es de extraordinario valor para consultas puntuales de cada obra, que, en definitiva, viene a ser el fin último del presente trabajo de la profesora Celsa Alonso. Asimismo, hay varios capítulos dedicados a la labor de Francisco Alonso como compositor cinematográfico, quizás una de sus parcelas menos divulgadas, y también se van esparciendo aquí y allá, a lo largo del libro, numerosos testimonios sobre su labor dentro de la Sociedad de Autores, en la cual fue durante su vida uno de sus miembros más activos.

Anotar, por último, en el escaso debe del excelente trabajo de Celsa Alonso, algunas erratas y errores que dan la sensación de que el libro se ha cerrado con cierta prisa, siendo una de las más flagrantes la atribución al maestro Manuel Penella de la autoría del apropósito cómico-lirico en un acto Enseñanza Libre (p. 97), que como es bien sabido cuenta con una estupenda partitura de Gerónimo Giménez. O como cuando se confunde el nombre de la protagonista de La del manojo de rosas, cambiando el auténtico Ascensión por Asunción (p. 416). Y en un terreno más divertido, cuando al comentar el éxito del “pasacalle de los chisperos”, de La Calesera, se afirma que se trata de un “pasodoble que se haría inmoral” (p. 216). Es de esperar que en sucesivas ediciones, tales errores se vayan subsanando convenientemente.

Por el contrario, es de agradecer que el documentado estudio incluya también un minucioso catálogo de obras del compositor y un índice onomástico, siempre útil y provechoso a la hora de facilitar la lectura y la consulta. En resumen, un trabajo imprescindible a partir de ahora dentro de la bibliografía zarzuelística en general, y fundamental para la valoración de una figura señera dentro del género como es la de Francisco Alonso.


lunes, 9 de febrero de 2015

Gershwin y Alonso en La Zarzuela


La dirección del Teatro de la Zarzuela se ha propuesto relacionar el género lírico español, en todas sus facetas, con lo que de manera parecida se hacía en el resto del mundo, para poder comparar influencias, simbiosis y particularidades de cada uno de estos géneros hermanos internacionales. Con estas dos obras (Lady, be good, de Gershwin, y Luna de miel en El Cairo, de Alonso) se pretende abordar lo que se ha dado en llamar “comedia musical”, a la americana o a la española, en estos casos. Para la ocasión se le ha ofrecido a Emilio Sagi la puesta en escena de ambas obras, y en mi opinión es el director asturiano quien se ha convertido en el verdadero protagonista del espectáculo, para lo bueno y para lo malo.
 

Lo mejor se produce en la obra de Gershwin, una gozada de música (lo mío con el compositor americano es amor a primera vista: me pasó hace bastantes años con Porgy and Bess, y me volvió a ocurrir hace menos tiempo con esta obra), que Sagi aborda sin complejos y a calzón quitado. El texto queda reducido a la mínimo para su justa comprensión, y todo se vuelca en la música y en los bailes, otorgando al espectáculo un ritmo y un brío extraordinario. Los cantantes (la mayoría provenientes del mundo del musical) no son gran cosa, pero el conjunto da la sensación de estar perfectamente engrasado e incardinado en el estilo, de tal manera que los varios elementos nacionales que forman parte del reparto parecen salidos del mismísimo Broadway.

 


Con la obra de Alonso parece que Sagi no se ha sentido tan a gusto, circunstancia bastante paradójica en alguien como él que ha mamado esta música desde la cuna. Del libreto original no ha dejado más que un par de frases, y se ha inventado una historia de su propia cosecha para poder darle continuidad a los números musicales. Es cierto que el texto de Muñoz Román no era La vida es sueño ni siquiera Eloísa está debajo de un almendro, pero el problema es que lo que se ha inventado Sagi es infinitamente peor: un conjunto de frases mal hilvanadas, de escasa gracia y llena de tópicazos y lugares comunes. Una pena, porque la parte musical vuelve a ser estupenda, y esos diálogos tan torpes lo único que consiguen es ralentizar el espectáculo con continuas caídas de ritmo.

 

Acostumbrados como estamos a escuchar estas músicas con orquestas ratoneras, es un gustazo poder disfrutarlas en su verdadera dimensión, con despliegue de percusión y metales (celesta, vibráfono, campanólogo, piano, batería, tres saxofones, tres trombones, amplia variedad de sordinas, y demás). De la obra original de Francisco Alonso se ha respetado toda la partitura, salvo un número, pero en compensación se han añadido tres números más: una canción mexicana y un pasodoble racial (el único momento ingenioso e hilarante de la propuesta de Sagi), ambos añadidos en revisiones posteriores, y un fox perteneciente a otra obra del compositor granadino: Doña Mariquita de mi corazón. El conjunto musical es, repito, una gozada.

 


La parte vocal contó con una pareja protagonista estupenda: Ruth Iniesta y David Menéndez, ella sobre todo cada día más asentada. Otros elementos del reparto fueron María José Suárez, demasiado desmelenada, y Enrique Viana, fuera de sitio vocalmente, y repitiendo sus gracias habituales que ya resultan un poco cansinas. Por el cariño que se le tiene, lo mejor es correr un tupido velo sobre la prestación de Mariola Cantarero, en estado vocal deplorable.

 

Y contagioso el entusiasmo que desprendía desde el foso la dirección de Kevin Farrell (un director que no conocía, y que supongo que proviene también del musical), desbordante en la obra de Gershwin, como era de esperar, pero sorprendente en la obra patria, marcándose dos pasodobles de extraordinaria efervescencia rítmica.

 

Decía Sagi en la presentación del espectáculo que lo único que pretendía es hacer disfrutar al público, y a fe que lo ha conseguido, a pesar de los contras señalados. La recomendabiliad es absoluta para todos los que estén por Madrid estos días. Se lo van a pasar pipa. Durante tres horas se tiene la sensación de que otro mundo es posible “en algún lugar, más allá del arco iris”.