Michael Volle (Guillaume)
Marina Rebeka (Mathilde)
Bryan Hymel (Arnold)
Dan Ettinger (Dtor)
Estuve viendo hace poco el Guillaume Tell muniqués del año pasado, que creo que esta temporada en el Festival de Julio se vuelve a repetir, y quería comentarlo porque me ha
llamado mucho la atención la buenísima dirección orquestal de Dan Ettinger, un
tipo que había oído nombrar pero al que no tenía yo controlado. Lo apunto a partir
de ahora en la “lista blanca”. Su dirección es lo mejor de esta función por
variedad de colores y de atmósferas (estupendas las introducciones del acto
segundo y del cuarto, o el sugerente tono misterioso que adquiere toda la
escena de la conspiración), por la calidad de un fraseo extraordinariamente
expresivo donde adquieren nuevos valores hasta acordes que muchas veces pasan
desapercibidos (parece ser que Ettinger empezó como barítono, de ahí quizás la
capacidad para cantar y para otorgar mayor realce al significado de la
palabra), y también por el magnífico sentido del ritmo (fundamental en Rossini)
y de la tensión tanto a nivel general de la obra como dentro de las estructuras
internas de cada número. Hasta ahí todo bien, pero como en esta vida nunca la
dicha es completa, en su debe hay que apuntar la tremenda carnicería que se ha
hecho con la partitura, recortada por todos lados. Incalificable el destrozo en
uno de los momentos cumbres de la partitura: la escena de los conspirados. Los
tres grupos de conspiradores, con sus respectivos motivos musicales, quedan
reducidos a uno sólo. Que Rossini lo perdone porque yo no puedo.
Como guinda
del desaguisado, e intuyo que a petición del raro de turno, o sea el director
escénico, la Obertura no se interpreta al inicio (originalidad a toda costa,
claro, y está muy visto que una obertura vaya al principio) sino que va justo
después del intermedio, que a su vez no se produce al final de ningún acto,
sino al terminar el aria de Guillaume “Sois immobile”. Justo antes de lanzar la
flecha, fundido a negro, y… “visite nuestro bar”. Tras el receso, entonces sí,
se interpreta la obertura, pero (para mayor escarnio musical) por razones
tonales es necesario repetir los últimos compases orquestales del final del
aria para poder enlazar con el subsiguiente concertante. En fin, un auténtico
despropósito musical, dramático y escénico. Pase que los directores escénicos
sean los reyes del mambo, pero los responsables musicales deberían de poner un
límite, si tienen un mínimo de personalidad.
El reparto es disfrutable. Bryan Hymel canta Arnold con una
emisión irregular, donde hay sonidos bien colocados y otros fuera de sitio.
Empieza despistado en el dúo con el barítono, pero va mejorando a lo largo de
la función hasta conseguir una aceptable versión de su escena solista. Es un
cantante musical y de entusiasmo contagioso, pero me gustaría escucharlo en
directo para sacar conclusiones más precisas.
Marina Rebeka es una buena Mathilde, uno de sus personajes
fetiches, y que le pude escuchar hace un par de años en Amsterdam. Allí estuvo
bien, pero yo creo que aquí está mejor, con una magnífica versión de “Sombre
foret”, donde no desaprovecha el exquisito soporte orquestal que le proporciona
Ettinger. Un pelín por debajo en su aria del tercer acto porque no acaba de dar
con el punto justo de la coloratura “di forza”. Lo peor del reparto es el Tell
de Michael Volle, que parece un energúmeno vocal. Volle es un cantante de
cierto interés en otros repertorios, pero aquí está más perdido que las maracas
de Machín.
La puesta en escena, como suele ser habitual, embarulla más
que aclara. Está conformada por una escenografía a base de un montón de
cilindros que adquieren mil posturas en vertical, horizontal, diagonal y también en perifrástica pasiva. Las hay peores.