El Reclinatorio
Giannina Arangi-Lombardi en Aida ("O patria mia")
Giannina Arangi-Lombardi (Nápoles, 1891/ Milán, 1951) pertenece
a esa raza de cantantes que siempre se tiene la sensación de que cantan desde
el mismísimo Olimpo, dada la mayestática elegancia de la línea, la señorial pulcritud
de un fraseo áulico y etéreo, y la magnificencia de unos sonidos que parecen
esculpidos en mármol. Por la época en la que le tocó vivir, con el empuje del
canto verista en su máximo esplendor, su arte parece fuera de sitio, como de otra
época, y quizás por ello, aunque abordó papeles de su tiempo, también puso
los ojos en el redescubrimiento de viejos títulos operísticos (Vestale,
Lucrezia Borgia, Favorita, I Lombardi) donde parecía sentirse más a gusto. El
repertorio de Verdi también conformó gran parte de su dedicación, sin duda por
la mucha herencia belcantista que el arte verdiano contiene. Aquí la podemos
escuchar en el aria del tercer acto de Aida (O patria mia), uno de esos momentos de remanso lírico, siempre habituales en toda obra verdiana, que exige un canto
exquisito y mesurado, pero donde no se desdeñan, antes al contrario, los alardes virtuosísticos que, aparte de a una
intérprete expresiva, llaman también a la vocalista más experimentada. Aunque
Arangi-Lombardi pudo tener fama de fría, sobre todo si se le compara con el
estilo desmelenado que le circundaba, en realidad fue un fiel exponente de la
expresividad conducida siempre a través del canto y conforme a las más legítimas reglas musicales. Este fragmento es un ejemplo perfecto de ese estilo hecho a
base de líneas puras y ondulantes pero cargadas de sustancia y de contenido.
Aunque Arangi-Lombardi, por fortuna, dejó grabada completa
la obra de Verdi (para la casa HMV de Milán, en 1928), la versión que
escuchamos aquí es una grabación individual del fragmento, realizado para la
casa Columbia, en 1926. Lamentar que sólo grabara la segunda estrofa, la que
comienza con las palabras O fresche valli, aunque nos podemos consolar pensando
que así su arte aparece más concentrado. El ataque de la primera nota (Fa4), aunque no es limpio del todo,
puesto que hay un ligero portamento, llama la atención por el rinforzando que la
cantante hace en dicha nota, que aporta una inteligente sensación de quejido. En
la siguiente frase (patria mia, mai piú, mai piú ti vedró) que Verdi marca a
piacere, Arangi-Lombardi vuelve a hacer uso de elementos siempre musicales (en este
caso un juego dinámico forte/piano y un ligero rallentando) para transmitir la
tristeza que embarga al personaje, que añora la patria lejana a la cual intuye
que no va a regresar jamás. A partir de ahí el canto es ligadísimo, las notas
de adorno que Verdi esparce aquí y alla están engarzadas expresivamente a la
melodía, y la articulación es fidelísima a lo que pide Verdi, marcando las
notas pero sin perder ligazón (O fresche valli o queto asil; Or che d’amore il
sogno é dileguato). Poco antes, atiende con exquisitez el dolcissimo sobre la palabra beato.
En la siguiente frase (O patria mia non ti vedró mai piú) Arangi acentúa con
mucha intención el vocablo mai, que adquiere así un mayor tono lastimero. Más adelante, en otra repetición de mai piu se encarama de manera impresionante al
Do5. No lo hace exactamente como pide Verdi, pero aún así sobrecoge cómo ataca
en piano y lo va reduciendo hasta el filado casi impalpable, sin perder en ningún caso ni vibración ni consistencia, para concluir rizando el rizo con un rinforzando que lleva la
nota hasta el forte para terminar resolviendo en mezzoforte (1:54). Un último alarde posterior en
el nuevo ataque de O patria mia, esta vez casi perfecto, con otro regulador
dinámico desde el piano hasta el forte. Y para rematar la faena, prodigiosa también
la smorzatura final sobre el La4, tal cual pide Verdi.
¡Al
reclinatorio!...