lunes, 9 de febrero de 2015

Gershwin y Alonso en La Zarzuela


La dirección del Teatro de la Zarzuela se ha propuesto relacionar el género lírico español, en todas sus facetas, con lo que de manera parecida se hacía en el resto del mundo, para poder comparar influencias, simbiosis y particularidades de cada uno de estos géneros hermanos internacionales. Con estas dos obras (Lady, be good, de Gershwin, y Luna de miel en El Cairo, de Alonso) se pretende abordar lo que se ha dado en llamar “comedia musical”, a la americana o a la española, en estos casos. Para la ocasión se le ha ofrecido a Emilio Sagi la puesta en escena de ambas obras, y en mi opinión es el director asturiano quien se ha convertido en el verdadero protagonista del espectáculo, para lo bueno y para lo malo.
 

Lo mejor se produce en la obra de Gershwin, una gozada de música (lo mío con el compositor americano es amor a primera vista: me pasó hace bastantes años con Porgy and Bess, y me volvió a ocurrir hace menos tiempo con esta obra), que Sagi aborda sin complejos y a calzón quitado. El texto queda reducido a la mínimo para su justa comprensión, y todo se vuelca en la música y en los bailes, otorgando al espectáculo un ritmo y un brío extraordinario. Los cantantes (la mayoría provenientes del mundo del musical) no son gran cosa, pero el conjunto da la sensación de estar perfectamente engrasado e incardinado en el estilo, de tal manera que los varios elementos nacionales que forman parte del reparto parecen salidos del mismísimo Broadway.

 


Con la obra de Alonso parece que Sagi no se ha sentido tan a gusto, circunstancia bastante paradójica en alguien como él que ha mamado esta música desde la cuna. Del libreto original no ha dejado más que un par de frases, y se ha inventado una historia de su propia cosecha para poder darle continuidad a los números musicales. Es cierto que el texto de Muñoz Román no era La vida es sueño ni siquiera Eloísa está debajo de un almendro, pero el problema es que lo que se ha inventado Sagi es infinitamente peor: un conjunto de frases mal hilvanadas, de escasa gracia y llena de tópicazos y lugares comunes. Una pena, porque la parte musical vuelve a ser estupenda, y esos diálogos tan torpes lo único que consiguen es ralentizar el espectáculo con continuas caídas de ritmo.

 

Acostumbrados como estamos a escuchar estas músicas con orquestas ratoneras, es un gustazo poder disfrutarlas en su verdadera dimensión, con despliegue de percusión y metales (celesta, vibráfono, campanólogo, piano, batería, tres saxofones, tres trombones, amplia variedad de sordinas, y demás). De la obra original de Francisco Alonso se ha respetado toda la partitura, salvo un número, pero en compensación se han añadido tres números más: una canción mexicana y un pasodoble racial (el único momento ingenioso e hilarante de la propuesta de Sagi), ambos añadidos en revisiones posteriores, y un fox perteneciente a otra obra del compositor granadino: Doña Mariquita de mi corazón. El conjunto musical es, repito, una gozada.

 


La parte vocal contó con una pareja protagonista estupenda: Ruth Iniesta y David Menéndez, ella sobre todo cada día más asentada. Otros elementos del reparto fueron María José Suárez, demasiado desmelenada, y Enrique Viana, fuera de sitio vocalmente, y repitiendo sus gracias habituales que ya resultan un poco cansinas. Por el cariño que se le tiene, lo mejor es correr un tupido velo sobre la prestación de Mariola Cantarero, en estado vocal deplorable.

 

Y contagioso el entusiasmo que desprendía desde el foso la dirección de Kevin Farrell (un director que no conocía, y que supongo que proviene también del musical), desbordante en la obra de Gershwin, como era de esperar, pero sorprendente en la obra patria, marcándose dos pasodobles de extraordinaria efervescencia rítmica.

 

Decía Sagi en la presentación del espectáculo que lo único que pretendía es hacer disfrutar al público, y a fe que lo ha conseguido, a pesar de los contras señalados. La recomendabiliad es absoluta para todos los que estén por Madrid estos días. Se lo van a pasar pipa. Durante tres horas se tiene la sensación de que otro mundo es posible “en algún lugar, más allá del arco iris”.

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