Solo ante el peligro
No es por tanto nada fácil para
ningún teatro (y más en estos tiempos de penumbra vocal) conformar un reparto
de garantías para presentar la obra al público. El Teatro Real se ha atrevido
con el desafío pero, si bien hay que reconocer que el entusiasmo del público ha
sido muy evidente, conviene tener en cuenta que no ha sido oro todo lo que ha
relucido.
Por ejemplo, la supuesta diva,
Diana Damrau, cantante que, de un tiempo a esta parte, parece que ha perdido el
timón de su carrera. Esta Elvira no ha hecho sino confirmar el estado paupérrimo
en que se encuentra su órgano vocal, que parece completamente fuera de sitio,
deshilachado, sin apenas sustancia en centro y graves, repletos de sonidos áfonos,
y con rugosidades y asperezas en el sector agudo, que se aproxima más al grito
que a otra cosa. Del canto de coloratura, mejor no hablar, pues sólo se redujo
a una sucesión de notas borrosas y sucias, sin la mínima elegancia y brillo que
esta música necesita. De hecho, su interpretación de la polacca (en un tiempo conocida como “polacca
con variazioni”, aunque en este caso lo de variar quedó para mejor ocasión,
puesto que incluso el canto fue igual de horroroso tanto en la exposición como
en el da capo) fue indigna y lamentable. En cualquier teatro exigente, y con un
público menos dominguero que el del Real, hubiera sido recibida con un
estentóreo abucheo. Aquí todo se
resolvió con un piadoso silencio. Por si esto fuera poco, en el aspecto
expresivo la señora Damrau sigue empeñada (como sucede también con su
desnortada interpretación de la Lucia donizettiana), por un lado en una especie de fraseo
expresionista, que nada pinta en medio de esta música sublime y cristalina como
pocas, y por otro en unos ademanes escénicos pavisosos, espasmódicos y
ridículos, que se dan de tortas con el concepto idealizado y romántico de su
personaje. Llegados a este punto, haría bien la señora Damrau en recoger velas
y reflexionar un poco sobre su presente y su futuro vocal.
Las voces graves tampoco alcanzaron un nivel
mínimo. El barítono francés Ludovic Tezier, hasta hace bien poco cantante
mozartiano apreciable, parece que ha decidido en los últimos tiempos tirar su
carrera por la borda, afrontando un repertorio gravoso (verdiano, sobre todo)
que excede sus limitaciones naturales y técnicas. El resultado es una voz
pesadísima, sin la más mínima flexibilidad para afrontar un personaje como
éste, que pide delicuescencias y esfumaturas sin fin. Encima, Tezier se esfuerza
en ser aún más brusco en su canto, enfatizando y redoblando de manera absurda
todas las consonante finales de frase, vicio feísimo que ensucia aún más su ya
de por sí vulgar línea de canto. Tampoco el cantante es un dechado de fantasía
ni de inventiva, sino más bien el típico cantante que se limita a dar notas con
el piloto automático puesto. Y a dar notas malamente, por cierto, porque no se
puede ser menos elegante en las agilidades (tresillos y semicorcheas de su
escena solista), ni más pedestre en la resolución de la fermata de su aria de
presentación. En ambos casos, resueltas con un estilo más cercano al cante
flamenco que al belcanto. Eso sí, bocinazos hubo para dar y tomar. Típico
subterfugio de los cantantes mediocres cuando afrontan este repertorio: cantan
fatal el aria y peor la cabaletta, pero luego intentan epatar al personal, largando un berrido en forma de La bemol.
En cuanto al Giorgio de Nicolas Testé, sería
mejor correr un tupido velo, porque el nivel fue aún peor. Se trata de un
cantante que no cuenta con los mínimos rudimentos técnicos para presentarse en
escena (por lo visto, se trata del esposo de la diva Damrau, lo cual sería la
única razón que podría explicar su inclusión en el reparto). Por lo que
respecta al papel episódico de la reina Enrichetta, fue asumido por la italiana
Annalisa Stroppa, que es la típica soprano corta disfrazada de mezzo, con el
consiguiente desbarajuste vocal en centro y graves, plagados de sonidos falsos
y sordos en toda la gama. Prácticamente inaudible en el dúo con el tenor,
tapada o bien por la orquesta o bien por su compañero.
Y lo mejor de la noche vino, precisamente, por
parte del tenor mexicano Javier Camarena en el papel de Arturo. La voz no es
gran cosa, aunque de timbre grato, pero el cantante la maneja con gusto
exquisito, sabiendo amoldarse a la particular ondulación de la melodía belliniana,
y consiguiendo momentos muy bellos tanto en el “A te o cara” (preciosos los
engarces, con los súbitos cambios dinamicos, de “Tra la gioia e l’esultar” y de
“M’é piú caro il palpitar”), como en en el dúo con la soprano, en el “Credeasi
misera” (exquisito el ataque de “un solo istante”), o también en su amplia
escena solista que abre el tercer acto, con una buena dosis de matices y de detalles, y finalizada
muy expresivamente casi con un hilo de voz (“con voce quasi spenta”, pide
Bellini). Y lo que es más gratificante para el espectador: transmitiendo
siempre la impresión de que el cantante está a gusto y disfrutando, sin esa
sensación de angustia que se percibe en la mayoría de los intérpretes de
Arturo. En contraste, se mostró ardoroso, con el justo acento agresivo, y con
buenas hechuras en la coloratura di forza del duelo con el barítono. Por
señalarlo todo, también hay algunos defectos que convendría mejorar. Por
ejemplo, en el “A te o cara” sería
deseable, y más respetuoso con la inmaculada línea de canto, si las semicorcheas
de “pianto”, y de “tormento” o “contento” (aquí son fusas) fueran más ligadas y
menos punteadas. Y en cuanto a los agudos, que el tenor derrocha con entusiasmo
y facilidad, insisto en la impresión que tuve tras su anterior y exitosa Fille
du Regiment madrileña: dan la sensación, en algunos casos, de salir como
encapsulados, con demasiada presión sobre las fosas nasales. Es tanta la
presión que, a veces, como en el caso del Do# del “A te o cara”, corren el
peligro de crecerse. En cambio, sonaron más liberados, con más brillo y
expansión, los Reb del “Credeasi misera”. En cualquier caso, una prestación de
muy buen nivel en un papel de dificultad absoluta. El público se lo supo
agradecer con ovaciones entusiásticas, y en este caso sí, merecidas.
Apreciable la dirección de Evelino Pidó. Tras
un primer acto correcto y atento al canto y a los cantantes, subió algunos
peldaños su labor a partir del segundo acto, donde la implicación de la
orquesta fue mucho mayor, adquiriendo personalidad y carácter, y sobre todo aportando
la expresividad que le faltaba a los protagonistas vocales. Así, la orquesta
comenta y envuelve la acción con detalles muy significativos, que están en la
partitura, pero que habitualmente no suelen destacarse. Ejemplos: la
preciosa frase del barítono cuando le pide a Elvira que fije la mirada en sus
ojos para que comprenda si ha amado o no, durante la escena de la locura del
segundo acto. La bellísima frase orquestal, que el barítono luego retoma, es una declaración de amor, aunque
Tezier la dijo como quien dice la hora. Otro ejemplo lo tuvimos en el final de
“Vien diletto”, con un rallentando muy expresivo que permite escuchar las
lastimeras frases de las violas. También en el comienzo del dúo barítono-bajo, con
ese motivo orquestal de amplio aliento donde se puede percibir la reflexión de ambos
personajes ante el estado de Elvira. Asimismo, fue doliente el acompañamiento de “Credeasi
misera”, y en la mitad del fragmento, magnífico el realce de la lucha entre las
trompas, por un lado, y las flautas y los clarinetes por otro (que representan la
severidad militar y el amor, respectivamente). En fin, la elocuente melodía de
los violines cuando Elvira dice que no fueron tres meses sino tres siglos de
horror lo que le ha parecido la ausencia de Arturo. Una dirección, en cierta
medida, insólita, y con su punto de polémica.
Sólo regular Antonio Lozano, como Bruno, e
impresentable el bajo que hacía el papel de Gualtiero, un tal Miklos Sebestyen.
Por último, señalar que la puesta en escena de Emilio Sagi, siguiendo su línea
habitual, destacó por la elegancia y el clasicismo bien entendido. Podrá gustar
más o menos, pero lo que no se puede negar es que estaba al servicio de la
obra, y sobre todo de la particular atmósfera romántica y envolvente de esta
música, purificadora como pocas.
Genial critica!
ResponderEliminarAl fin alguien que se anima a hablar del estado actual de Diana Damrau. !Qué gran cantantes perdimos!
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