lunes, 27 de julio de 2015

Verdi LUISA MILLER (Verbier 2015)

Erika Grimaldi (Luisa)
Daniela Barcellona (Federica)
Piotr Beczala (Rodolfo)
Simone Piazzola (Miller)

Gianandrea Noseda (Dtor. Musical)

(Selección de la obra en versión concierto)

El Festival de Verbier, que se desarrolla cada verano en la localidad suiza del mismo nombre, ha presentado este año, en una de sus sesiones, una propuesta curiosa y, en mi opinión, insatisfactoria: una selección de la ópera de Verdi Luisa Miller, junto a las danzas sinfónicas de Rachmaninoff, todo ello bajo la batuta de Gianandrea Noseda. Una ópera en concierto ya tiene un componente de frustración (aunque viendo la mayoría de los disparates escénicos que abundan por ahí, a veces supone hasta un alivio para los ojos), si encima se trata de una selección, se deja al personal medio hambriento, y si para rematar, dicha selección no tiene mucha coherencia, pues casi que se queda uno definitivamente en ayunas. Algo de esto es lo que ha ocurrido con la presente sesión. No sé qué pintaba en ese contexto las danzas de Rachmaninoff, cuando se podía haber ofrecido la ópera completa, y tampoco se entiende que la escena solista del barítono se presente completa (aria y cabaletta) mientras que la de la soprano y la del tenor se ofrecen sólo con el aria, sin la cabaletta correspondiente. O que se incluya el cuarteto del segundo acto (que no es, precisamente, la joya de la corona) y se deje fuera otros fragmentos de mayor inspiración. Es cierto que al no contar con coro el concierto, se han omitido todos los fragmentos donde la parte coral interviene, pero no es menos cierto que un festival de este nivel no puede guiarse por semejante racanería artística. Y es una pena porque entre los mimbres había algunos elementos muy interesantes para haber ofrecido una velada bastante disfrutable.

Un estupendo descubrimiento ha supuesto la soprano italiana Erika Grimaldi, cantante que no conocía, en el papel protagonista. Voz de lírica pura, tersa y homogénea en toda la tesitura, con una emisión sana y muy bien colocada, en posición alta desde el grave (que no se desfonda en ningún momento) y que busca la punta y el brillo desde el mismo origen. Los sonidos salen muy bien apoyados, con nitidez y expansión, lo que propicia un canto límpido y natural, y una zona aguda penetrante y esmaltada. En ese sentido, son admirables el campaneo de su voz en el cuarteto del segundo acto, o la pureza de las agilidades en el dúo con el barítono del último acto, que suenan luminosas y cristalinas, nada que ver con las gallinas de corral que nos endosan un día sí y otro también. El canto es ligadísimo y las frases a media voz, que la cantante no ahorra, están muy bien sostenidas. Viendo su currículum, se sabe que su carrera ya lleva un cierto curso (más de diez años) y que ha transcurrido sobre todo en repertorio lírico, o lírico con enjundia (Pamina, Mimi, Liu, Condesa, Fiordiligi, Donna Anna), por lo que este papel verdiano supone un límite que por el momento convendría que no sobrepasara. También parece que su deambular artístico ha transcurrido en torno al Regio de Turín, y a la sombra del maestro Noseda, de cuya batuta se nota en exceso cierta dependencia que sería bueno que disimulara, al menos delante del público. Habrá que seguirle la pista a esta interesante soprano.

Con el resto del reparto, bajamos unos cuantos escalones (en algún caso, varios pisos) y nos situamos en el nivel más de andar por casa que es común en el canto operístico contemporáneo. El tenor polaco Piotr Beczala encarna a Rodolfo en lo que creo supone su debut en el papel. En realidad, Beczala da igual lo que cante y lo que debute, porque todo suena exactamente igual de aburrido y de engolado. El papel de Miller, padre de la protagonista, corre a cargo de Simone Piazzola, que empieza descentrado en su escena solista (el primer fragmento del concierto), pasando apuros en la zona de paso y con todos los agudos en retaguardia. En el dúo con su hija, la cosa mejora un poco. Intenta un canto matizado y expresivo, y acaba resultando modosito, aunque con los defectos apuntados. Comparado con la pléyade de barítonos caninos que pueblan la tierra, no es de los peores.



El bajo Vitalij Kowaljow, en el papel del Conde Walter ofrece una voz hueca, nasal y de fraseo inerte, y Daniella Barcellona como la Duquesa Federica (parece que sus incursiones en territorio verdiano son cada vez más habituales) resulta cumplidora y aceptable. En el cuarteto se sacan de la manga a un bajo ignoto para que incorpore el papel de Wurm, y mejor habría sido que lo hubieran dejado donde estaba.

La dirección musical de Gianandrea Noseda es la otra gran baza de esta función. Desde la apasionada y fogosa obertura, el ímpetu del maestro no decae en ningún momento, haciendo partícipe a la orquesta (compuesta en su práctica totalidad por instrumentistas jovencísimos) de sus descargas eléctricas. Hay una gran pulsión rítmica y una extraordinaria tensión dramática a lo largo de todos los fragmentos, conjugado con un sonido pulcro y matizado. A destacar el dúo mezzo-tenor, el cuarteto, el acompañamiento alfombrado al aria del tenor (una pena que Beczala lo desaproveche), y toda la escena final, de altísimo voltaje teatral. Como curiosidad, señalar que Noseda besa la partitura de la obra que tiene sobre su atril al finalizar el concierto. Mejor prueba de amor que su interpretación no cabe, y hace mella en el lamento por haber perdido la ocasión de disfrutar de la obra en su totalidad.

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