Erika Grimaldi (Luisa)
Daniela Barcellona (Federica)
Piotr Beczala (Rodolfo)
Simone Piazzola (Miller)
Gianandrea Noseda (Dtor. Musical)
(Selección de la obra en versión concierto)
Daniela Barcellona (Federica)
Piotr Beczala (Rodolfo)
Simone Piazzola (Miller)
Gianandrea Noseda (Dtor. Musical)
(Selección de la obra en versión concierto)
El Festival de Verbier, que se
desarrolla cada verano en la localidad suiza del mismo nombre, ha presentado
este año, en una de sus sesiones, una propuesta curiosa y, en mi opinión,
insatisfactoria: una selección de la ópera de Verdi Luisa Miller, junto a las
danzas sinfónicas de Rachmaninoff, todo ello bajo la batuta de Gianandrea
Noseda. Una ópera en concierto ya tiene un componente de frustración (aunque
viendo la mayoría de los disparates escénicos que abundan por ahí, a veces
supone hasta un alivio para los ojos), si encima se trata de una selección, se
deja al personal medio hambriento, y si para rematar, dicha selección no tiene mucha
coherencia, pues casi que se queda uno definitivamente en ayunas. Algo de esto
es lo que ha ocurrido con la presente sesión. No sé qué pintaba en ese contexto
las danzas de Rachmaninoff, cuando se podía haber ofrecido la ópera completa, y
tampoco se entiende que la escena solista del barítono se presente completa
(aria y cabaletta) mientras que la de la soprano y la del tenor se ofrecen sólo
con el aria, sin la cabaletta correspondiente. O que se incluya el cuarteto del
segundo acto (que no es, precisamente, la joya de la corona) y se deje fuera
otros fragmentos de mayor inspiración. Es cierto que al no contar con coro el
concierto, se han omitido todos los fragmentos donde la parte coral interviene,
pero no es menos cierto que un festival de este nivel no puede guiarse por
semejante racanería artística. Y es una pena porque entre los mimbres había algunos elementos muy interesantes para haber ofrecido una velada bastante disfrutable.
Un estupendo descubrimiento ha
supuesto la soprano italiana Erika Grimaldi, cantante que no conocía, en el
papel protagonista. Voz de lírica pura, tersa y homogénea en toda la tesitura,
con una emisión sana y muy bien colocada, en posición alta desde el grave
(que no se desfonda en ningún momento) y que busca la punta y el brillo desde el
mismo origen. Los sonidos salen muy bien apoyados, con nitidez y expansión, lo
que propicia un canto límpido y natural, y una zona aguda penetrante y
esmaltada. En ese sentido, son admirables el campaneo de su voz en el cuarteto
del segundo acto, o la pureza de las agilidades en el dúo con el barítono del
último acto, que suenan luminosas y cristalinas, nada que ver con las gallinas de corral que nos endosan un día sí y otro también. El canto es ligadísimo y las
frases a media voz, que la cantante no ahorra, están muy bien sostenidas.
Viendo su currículum, se sabe que su carrera ya lleva un cierto curso (más de
diez años) y que ha transcurrido sobre todo en repertorio lírico, o lírico con
enjundia (Pamina, Mimi, Liu, Condesa, Fiordiligi, Donna Anna), por lo que este papel
verdiano supone un límite que por el momento convendría que no sobrepasara.
También parece que su deambular artístico ha transcurrido en torno al Regio de
Turín, y a la sombra del maestro Noseda, de cuya batuta se nota en exceso
cierta dependencia que sería bueno que disimulara, al menos delante del
público. Habrá que seguirle la pista a esta interesante soprano.
Con el resto del reparto, bajamos
unos cuantos escalones (en algún caso, varios pisos) y nos situamos en el nivel
más de andar por casa que es común en el canto operístico contemporáneo. El
tenor polaco Piotr Beczala encarna a Rodolfo en lo que creo supone su debut en
el papel. En realidad, Beczala da igual lo que cante y lo que debute, porque
todo suena exactamente igual de aburrido y de engolado. El papel de Miller,
padre de la protagonista, corre a cargo de Simone Piazzola, que empieza
descentrado en su escena solista (el primer fragmento del concierto), pasando
apuros en la zona de paso y con todos los agudos en retaguardia. En el dúo con
su hija, la cosa mejora un poco. Intenta un canto matizado y expresivo, y acaba
resultando modosito, aunque con los defectos apuntados. Comparado con la
pléyade de barítonos caninos que pueblan la tierra, no es de los peores.
El bajo Vitalij Kowaljow, en el
papel del Conde Walter ofrece una voz hueca, nasal y de fraseo inerte, y
Daniella Barcellona como la Duquesa Federica (parece que sus incursiones en
territorio verdiano son cada vez más habituales) resulta cumplidora y aceptable. En el cuarteto se sacan de la manga a un bajo ignoto para que incorpore el
papel de Wurm, y mejor habría sido que lo hubieran dejado donde estaba.
La dirección musical de Gianandrea
Noseda es la otra gran baza de esta función. Desde la apasionada y fogosa
obertura, el ímpetu del maestro no decae en ningún momento, haciendo partícipe
a la orquesta (compuesta en su práctica totalidad por instrumentistas
jovencísimos) de sus descargas eléctricas. Hay una gran pulsión rítmica y una
extraordinaria tensión dramática a lo largo de todos los fragmentos, conjugado
con un sonido pulcro y matizado. A destacar el dúo mezzo-tenor, el
cuarteto, el acompañamiento alfombrado al aria del tenor (una pena que Beczala
lo desaproveche), y toda la escena final, de altísimo voltaje teatral. Como curiosidad, señalar que Noseda besa la partitura de
la obra que tiene sobre su atril al finalizar el concierto. Mejor prueba de
amor que su interpretación no cabe, y hace mella en el lamento por haber perdido la ocasión de disfrutar de la obra en su totalidad.
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