Discografía
Nápoles 1964 (Gencer, Rota, Bondino, Cappuccilli) (Dtor: Rossi)
Estas representaciones napolitanas supusieron la recuperación escénica (en versión de concierto ya se había
ofrecido en Bérgamo, ocho años antes, en 1956) de la obra en el siglo XX, tras estar
desaparecida de los escenarios desde finales del XIX. Para la ocasión se contó
con una de las más grandes divas belcantistas de las últimas décadas: Leyla
Gencer, una cantante cuya voz en principio no parecía la más adecuada para este
tipo de repertorio, que pide lo que antiguamente se conocía como una drammatica
d’agilitá, es decir una soprano de centro ancho y robusto, con buena
consistencia en el grave, y capacidad también para fulgurantes ascensos al
agudo, además de incisividad en el fraseo y perfecto control de la coloratura
di forza, uno de los elementos primordiales para la definición dramática de
este tipo de personajes. En definitiva, un auténtico portento vocal casi
imposible de encontrar. Gencer, con una voz en origen bastante liviana, supo ir
conformando su instrumento para afrontar con las mejores garantías todos esos
retos, y consiguió en una proporción muy alta salir vencedora en la mayoría de los mencionados desafíos vocales, ayudada sobre todo por un infalible instinto musical y dramático.
En estas funciones, nada más salir, Gencer ya
marca su terreno: el acento es autoritario, poderoso; el color vocal, recio, y la
voz carnosa, robusta, ancha, con pulpa. La volata sobre la palabra “vendetta”, es
certera en el acento, aunque las notas no están bien perfiladas y quedan algo borrosas.
En el aria de presentación (“L’amor suo
mi fe beata”), la reina deja paso a la mujer, y el color de la voz se vuelve
más inocente, más terso, más candoroso. El rápido ascenso en fusas al Sib4 de
“un ben maggior” se le atraviesa y queda tirante. En la frase “Ah, se fui
tradita”, la voz vuelve a adquirir unos acentos amenazantes, y es precioso el
engarce ligadísimo, y el cambio de color entre “piú mio non é” y “le delizie
della vita”, aunque luego se escaquea de los trinos prescritos sobre esa misma
frase. En la cabaletta es magnífico el acento, la ansiedad del personaje, sin
embargo en el aspecto vocal hay carencias, como las agilidades, que quedan
siempre borrosas, aunque la intención es la adecuada, y los ascensos al agudo
(Si4 y Do5, éste sólo rozado) que quedan tirantes.
Todo el segundo acto le permite dar rienda
suelta a su llameante personalidad. El retrato de la reina despechada es
magnífico, perfectamente retratado en frases como “dal tremendo ottavo enrico”,
con salto interválico de dos octavas (Sib4 a Sib2), sin embargo a veces se
acelera demasiado en los descensos al grave, abriendo mucho los sonidos y
afondando exageradamente en el pecho. Da la sensación de que se trata de un efecto buscado, porque cuando canta
de manera normal las notas graves tienen muy buena pastosidad, pero que, en todo caso, afea el canto porque le da un regusto verista que no viene a cuento. En el aria final,
comentar en principio, como curiosidad, que cambia el texto, y dice “Vivi, o
crudo”, en lugar de “Vivi, ingrato”. Y poco después, justo al revés. En el
aspecto expresivo, se muestra lacerante en “ah, m’abbandona”, y realiza una preciosa
smorzatura en “sospirar”. El instinto extraordinario de la Gencer queda
reflejado de manera soberana en la estupenda expresividad, buscada por
Donizetti, que la cantante otorga a la siguiente repetición de “m’abbandona”, cuando
va alargando y alargando la vocal “o”, consiguiendo de esta forma remarcar, en
una especie de metáfora sonora, la sensación de abandono. Y precioso es también
el final, en pianissimo, sobre la palabra “sospirar”, un nuevo ejemplo de
instinto artístico para fusionar texto y música. En la cabaletta, y en algunas
frase del recitativo anterior a ésta (“Tu perversa soltanto lo spingesti
nell’avello”) el acento es iracundo y casi sanguinario, de enorme poderío y
anchura, aunque, eso sí, con algunos “bajonazos” estilísticos que se pueden
sobrellevar sin empañar el nivel global. Las agilidades vuelven, por lo general, a
estar borrosas, pero sin duda y en conjunto, sobre todo por el retrato desesperado e
incandescente del personaje, estamos ante una interpretación de referencia.
En el papel de la rival de la Reina,
encontramos a Anna Maria Rota. Comienza con nivel en su romanza, bien ligada, de expresiva línea, y con buen descenso al grave, redondo, consistente. Canta con
mucha clase, expresando muy bien el aspecto doliente y sufridor del personaje.
Los ascensos al agudo son un poco destemplados, pero no estropean la buena
prestación. De hecho, la cantante, consciente de que su fuerte no es el
registro agudo, en los momentos opcionales decide siempre evitarlos (en el dúo
con su marido hay varios Sib4 y Si4 optativos que descarta). En cambio, los
Sib4 obligados (hacia el final de la cabaletta hay varios y sostenidos en el
tiempo) los da, pero destemplados y bastante hirientes. Una interpretación a tener en cuenta la de Rota, en un papel que, aunque a simple vista pueda parecer sencillo, es bastante complicado de cantar, y donde son contadas las cantantes que consiguen salir airosas.
El sector masculino viene encabezado por el
tenor Ruggero Bondino, que es el garbanzo negro de la función, ya que la voz
está completamente descolocada. El paso es un suplicio. En torno al Fa3 y al
Sol3 comienza el tsunami, con unos sonidos que parecen estar siempre a punto
del gallo. Cuando alcanza el La3, la cosa empieza a estabilizarse algo. Para su
desgracia, toda su parte en el dúo con
Elisabetta bordea continuamente esa zona y ahí pierde por completo la
compostura. En la cabaletta poco a poco se va desquiciando hasta el naufragio
total: los intentos por cantar a media voz se convierten en una caricatura, y
al final ya no da pie con bola, descuadrándose por completo, absolutamente
perdido, y sin saber por dónde vienen los tiros. No se puede negar que en
algunos momentos intenta matizar y acariciar algunos sonidos, pero es incapaz
de conseguirlo por la clamorosa falta de recursos técnicos. El desbarajuste
llega hasta detalles curiosos como que haga en piano la frase que antecede a su
aria (“Tu svenar mi dei”), cuando Donizetti la pide justamente al revés, en
forte. La cabaletta de su aria ("Bagnato il sen di lagrime"), de tesitura de
nuevo peliaguda, se convierte en otro festival de despropósitos: vuelve a
desafinar, a descuadrarse con el tempo y a quedarse otra vez perdido en medio
de la nada, pasando a la octava baja algunas notas en un intento desesperado por capear el temporal. Un completo desastre.
Por último, agradable sorpresa la de un
juvenil Piero Cappuccilli en un repertorio tan poco habitual en su carrera. La
voz es preciosa, redonda, turgente, fresca. Una maravilla. Aunque en su
recitativo de presentación hay alguna frase muy meritoria (“né consorte lieto
mi volle”), falta algo más de variedad y de matices. Muy ligada la primera
parte del aria, con muy buenos acentos, y algún que otro sonido abierto, pero
en conjunto una sentida interpretación. Luego, la cosa decae algo. En “Su lui
non piombi”, se lía con el texto en la frase “quest’uno chiedo”, y tampoco
acaba de cubrir con rigor la zona de paso, que queda desgarbada, lo cual
también se hace evidente en el dúo con Sara, donde los ascensos al agudo (Fa3)
quedan feos y mates, aparte de que aparecen los inevitables acentos veristas en
el fraseo.
Irregular la dirección de Mario Rossi, que comienza
con una obertura bien planteada y equilibrada, a un tempo bastante moderado,
sin las típicas cabalgadas. En el recitativo de entrada de Nottingham marca
muy bien los acentos de la orquesta, entre amenazantes e inquietantes
(Donizetti marca rinforzando y accellerando), de la frase de Roberto, desde “Ah
lascia che il destino compia” hasta “felice oblia”. En cambio, le falta vuelo
lírico en el dúo de amor, aunque sabe
respirar con los cantantes. Al segundo acto no acaba de pillarle el punto.
Tempos demasiado cansinos, faltos de tensión y de vigor. En conjunto, es una
interpretación cuidada en el aspecto expositivo (transparencia apreciable dentro de las condiciones de la
orquesta y de la grabación; pulcritud sonora, equilibrio…), pero falta de vida y de emoción
en el aspecto expresivo, con poca variedad de colores y de delicadeza en los
acompañamientos, y de incisividad en la narración. El aspecto estilístico está
bastante dejado, como era de suponer, aunque en el lado positivo, y
soprendentemente para lo que era común en aquellos años, la partitura se
interpreta casi completa, salvo algún corte puntual de frases cadenciales, y
la segunda estrofa de la cabaletta del tenor.
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