lunes, 28 de septiembre de 2015

Y llegó Roberto...

Roberto Devereux (Teatro Real, 25/ IX/ 2015)

Mariella Devia (Elisabetta)
Silvia Tro Santafé (Sara)
Gregory Kunde (Roberto)
Maro Caria (Nottingham)

Bruno Campanella (Dtor.Musical)
Alessandro Talevi (Dtor.Escena)


Desde la gran admiración que se le tiene a la señora Devia, hay que reconocer cuánta verdad había en aquella frase que dijo el famoso torero: “lo que no puede ser, no pueder ser, y además es imposible”. El papel de Elisabetta es endiablado y es casi imposible (a la vista de las intérpretes que lo han abordado y de las cuales tenemos constancia sonora) hacer honor a todas sus dificultades. Mariella Devia, con orígenes en el campo de las lírico-ligeras, ha conseguido algo más de robustez con el paso de los años y también aplicando su sabiduría técnica, pero aún así el papel le sobrepasa en muchos momentos. Si además la voz ya acusa, como es lógico, el paso de los años, el resultado es una interpretación que se resiente en bastantes aspectos.

Como se ha comentado, la señora Devia ha ido bajando el centro de gravedad de su voz en busca de una solidez y consistencia que le permitiera abordar este tipo de repertorio, que es muy exigente tanto en la zona central como en la grave, donde no sólo hay que rozar notas puntualmente, sino que hay que frasear y expresar con pegada y rotundidad. Como consecuencia de eso, la voz ha quedado partida en dos, con centros y graves con algo más de sustancia que antaño (aunque también con una cierta sensación de sonidos un poco abombados), y una zona medio-aguda que sigue manteniendo ese carácter metálico que tenía toda su voz originalmente, pero que ha perdido brillo, y suena un tanto áspero. Como es lógico, al bajar el centro de gravedad, el registro sobreagudo prácticamente ha desaparecido, y la cantante casi ya no se arriesga a concluir ningún fragmento con puntaturas hacia la estratosfera (en esta función no hubo sobreagudos en ninguno de sus momentos solistas).

Con todos estos inconvenientes, se nota que la señora Devia ha tenido que realizar un trabajo concienzudo y milimétrico (casi nota por nota) para conseguir las mejores sonoridades posibles y salir a flote con el máximo decoro. Sólo con un dominio técnico apabullante como el suyo se pueden asumir semejantes riesgos. Como es lógico, fueron los momentos de canto reposado y spianato donde la Devia alcanzó los mayores niveles, así por ejemplo el “Vivi ingrato” (y el recitativo que lo precede) fue exquisitamente expuesto, con un extraordinario dominio del aliento para lograr suspender los sonidos y crear ese canto evanescente y flotante que expresa de manera sublime el profundo abandono amoroso del personaje. También fueron de mérito el recitativo y el andante del dúo con el tenor del acto primero. No así el aria inicial (“L’amor suo mi fé beata”) que le coge con la voz fría y donde se hizo evidente una cierta pesadez para conseguir que la voz corriera con fluidez. Algo más suelta estuvo en la cabaletta ("Ah, ritorna qual ti spero"), bien variada además en la re-exposición. En el segundo acto, como era de esperar, se ve sobrepasada por una tesitura inclemente que obliga a un fraseo perentorio e incisivo justo en esas zonas comentadas donde la voz de la señora Devia está menos dotada. Como consecuencia de ello, el final de ese segundo acto, con la incandescente stretta, quedó totalmente desvaído porque la voz de la soprano apenas se podía intuir. Caso parecido al de la cabaletta final donde la rotundidad y la fiereza del acento son determinantes para otorgar toda la fuerza necesaria y el relieve que merece ese gran momento de drama musical. En definitiva, que queda un cierto regusto amargo por el inevitable paso del tiempo y porque ni siquiera las más grandes pueden redondear la faena con este diabólico personaje.

Al lado de Devia, otro “abuelito”, el sesentón Gregory Kunde, que parece estar viviendo una segunda juventud. La voz está gastada, el centro es mate y fibroso, los agudos han perdido brillantez, al cantante le falta soltura y flexibilidad para el desarrollo melódico (tampoco de fiato va sobrado), pero es un músico de cuerpo entero, que sabe transmitir emoción y sinceridad. Como se decía antiguamente en el mundo del teatro, es un artista que “traspasa la batería”. Aún con todas esas desventajas y fatigas por los largos años de carrera, hubo momentos para el recuerdo, muchos de ellos gracias también al absoluto dominio estilístico del cantante americano, que sabe, por ejemplo, otorgar efervescencia (con valor expresivo) al canto en la cabaletta del dúo con Elisabetta; o recoger la voz, con exquisito gusto en el andante del dúo con Sara, el cual concluye, además, con inusitada pasión amorosa en el momento de la despedida. En el aria, que era donde menos podía esperarse de él, estuvo emocionante y entregado, aunque falto de ligazón entre frases, por escasez de fuelle. Y la cabaletta tuvo vigor y dominio de las formas, con una segunda estrofa variada con mucha pertinencia. En los saludos finales, casi se puede decir que se llevó las mayores ovaciones de la noche, justa recompensa para un cantante que se hace querer por sus valores artísticos, y que cada día cuenta con mayor legión de admiradores, sobre todo en nuestro país.

El resto del reparto, de muy poco interés. La mezzo valenciana Silvia Tro Santafé gusta mucho al personal, pero a mí nunca me ha convencido. Se trata de una de esas voces graves prefabricadas, sin sustancia, completamente insípida, llena de sonidos entubados y de opacidades. Apenas canta en forte, aparece un vibrato descontrolado y exageradísimo, que es bastante insoportable, y los ascensos al agudo son estridentes y vocingleros. Además, el legato es de difícil logro puesto que cada sonido está en un sitio distinto. Dicho todo esto, también añadir que fue aclamadísima en las ovaciones finales. El barítono Marco Caria es un cantante del montón, sin mayor interés, pero hay que reconocer que los hay mucho peores. Estuvo apañado en el aria, y sin demasiadas ordinarieces veristas en el dúo. Flojos los comprimarios, Juan Antonio Sanabria (Lord Guglielmo) y Andrea Mastroni (Sir Gualtiero), ambos con voces empantanadas.

Un tanto decepcionante la labor de Bruno Campanella al mando de la orquesta. De un especialista en este repertorio como es él, era de esperar un mayor esmero y mejores conclusiones. En general fue una dirección plana y poco inspirada, con algunos detalles puntuales en el dúo final del primer acto (realce oportuno de clarinetes y trompas), en el aria de Nottingham (las amenazantes cuerdas graves), el acompañamiento del “Vivi ingrato” o el vigor del dúo conyugal, terminado con muy buen pulso rítmico en la cabaletta, y por supuesto la atención a los cantantes, con especial mimo a la señora Devia, pero el conjunto no acabó de cuajar ni de entusiasmar.

La puesta en escena, de Alessandro Talevi, y procedente de la Ópera de Gales, tiene ciertas resonancias góticas, y predominio arácnido, ya que parece asociar el personaje estelar de la Reina inglesa con una especia de “viuda negra” que somete a sus súbditos y aniquila a sus enemigos. Visualmente tiene cierta elegancia y algún que otro efecto bastante conseguido (sobre todo en la escena final), pero tampoco es para tirar cohetes.


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